La misa que se volvió estampida: ráfagas irrumpen en templo de Villa Juárez, Sinaloa

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Así el padre en Villa Juárez, Sinaloa.

LANOTA.MX–  La tarde caía sobre Villa Juárez con la rutina de siempre: vendedores cerrando puestos, familias regresando del trabajo en el campo, el murmullo de un pueblo acostumbrado a sobrevivir entre silencios tensos. Adentro de la parroquia del Señor de los Milagros, el sacerdote elevaba la voz con la serenidad de cualquier jueves. Y entonces, como si el cielo se desgarrara, las ráfagas irrumpieron la misa.

Primero fueron cuatro, luego ocho, luego una lluvia de estruendos que rebotó contra las paredes del templo. El sonido metálico atravesó las bancas y congeló los rezos. El eco llegó tan fuerte que muchos pensaron que los disparos venían desde el atrio mismo.

Los teléfonos se cayeron. Las bancas se convirtieron en barricadas improvisadas.
Una mujer se arrodilló, no para rezar, sino para proteger a un niño con su propio cuerpo. Otras personas se tiraron al piso, pegando el pecho contra el frío mármol. El sacerdote, con el micrófono aún en la mano, quedó recostado sobre el presbiterio, intentando mantener la calma que él mismo estaba a punto de perder.

EL MINUTO QUE SE HIZO ETERNO

Afuera, Villa Juárez retumbaba. Los disparos venían de distintos puntos: Santa Natalia, Las Cachimbas, y varias calles donde la vida suele depender del lado equivocado de una esquina. Eran alrededor de las 6:30 de la tarde, una hora donde las sombras crecen… y también los riesgos.

Las detonaciones duraron apenas unos segundos, pero adentro del templo se sintieron como una eternidad.
Nadie se atrevió a levantarse hasta que el silencio se volvió absoluto. Y aun entonces, el miedo seguía ahí, anclado en los pies.

Luego vino la cuenta:
—“¿Están bien?”
—“¿Dónde están los niños?”
—“¿Alguien está herido?”

La respuesta llegó desde el hospital de Villa Juárez: Ángel, 29 años, había ingresado con una herida de bala. Un nombre más en un lugar donde las estadísticas caminan solas.

UNA TIERRA QUE ARDE: ¿POR QUÉ VILLA JUÁREZ VIVE ASÍ?

Porque en Villa Juárez las balaceras no sorprenden: sacuden, duelen, interrumpen misas… pero no sorprenden.

Es una zona disputada por grupos criminales, un corredor estratégico entre Culiacán, Altata y los campos agrícolas donde se mueve de todo: drogas, armas, autos robados. Su geografía, con salidas rápidas a caminos vecinales, lo convierte en un punto de escape para quienes huyen tras operativos en municipios vecinos.

Y a eso se suma lo que no sale en los comunicados:
migración temporal permanente,
zonas con marginación,
jóvenes armados a plena vista,
pocas oportunidades reales,
tensiones que hierven a fuego lento.

En Villa Juárez, cualquier disputa puede escalar. Y cuando las armas están al alcance de cualquiera, las oraciones pueden romperse en segundos.

LA FE SIGUE, AUNQUE TODO TAMBALÉE

Horas después, el templo volvió a abrir sus puertas. Las bancas seguían ahí, los cantos también.

Pero la parroquia del Señor de los Milagros quedó distinta: ahora sabe lo que es suspender una oración para sobrevivir.

En Villa Juárez, la fe nunca ha sido el problema. El problema es todo lo que la fe no alcanza a detener.

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