LANOTA.– La región de Tierra Caliente arde en un silencio que duele. Michoacán, Estado de México y Guerrero —unidos por cerros y carreteras malditas— se han convertido en el gran patio trasero donde el Estado mexicano hace mutis.
En este paisaje de polvo y amenazas, cientos de jóvenes —incluso niños y mujeres— son arrebatados de sus casas, arrastrados por la fuerza a manos del Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG) y La Nueva Familia Michoacana (LNFM).
Desde Apatzingán hasta Buenavista, pasando por La Huacana y Gabriel Zamora, el reclutamiento no necesita sables ni balazos. Basta la penuria: la promesa de un celular, una moto, un pago simbólico.
“Ven a trabajar como ‘halcón’”, susurran los emisarios del crimen. Enseguida, las tardes se convierten en guardias interminables, con jóvenes al filo del miedo, vigilando cada movimiento de policías y rivales. Pero si algún alma valiente osa desertar, el peor castigo aguarda: la muerte.
En las cumbres olvidadas, donde sólo las ráfagas del viento y el correr de los animales interrumpen el silencio, se extienden fincas clandestinas. Allí, los cautivos reparan cercas robadas a campesinos, levantan muros de impunidad y cocinan bajo órdenes que no entienden.
“Quienes huyen son los únicos que cuentan lo que pasa adentro”, relata Cutberto*, voz temblorosa que revela laberintos de horror.
EL NARCO IMPARTE LA JUSTICIA QUE EL ESTADO NEGÓ
En Tierra Caliente, la sed de venganza y el antojo de control permitieron que el narco adopte funciones de juez y verdugo. Cuando estalla la violencia intrafamiliar, no acuden jueces ni ministerios públicos: son los halcones del cártel quienes arrastran al acusado y “ponen orden”. Nadie pregunta por derechos humanos; aquí, el verdugo se autoproclama garante de la paz.
El resto huye. Familias enteras desmantelan sus raíces y se esparcen hacia CDMX, Tijuana o Acapulco, donde sueñan con respirar sin balas. “Aquí no hay trabajo y la vida está controlada por ellos”, confiesa Cutberto, mientras su voz se pierde en el eco de la sierra.
CEBO DIGITAL: TIKTOK AL SERVICIO DEL CRIMEN
La pesadilla adquiere un matiz moderno: TikTok y Facebook se han vuelto vitrinas de terror. “Altos sueldos, alojamiento y beneficios”, prometen anuncios disfrazados de oferta laboral.
Jóvenes de Guanajuato o Estado de México llegan con ilusiones y terminan forjando su cárcel de alambre y barro; a veces, en campos de adiestramiento como el Rancho Izaguirre en Teuchitlán, Jalisco, donde el “Cártel de las Cuatro Letras” afila a nuevos reclutas.
Tierra Caliente implora auxilio. No es solo un asunto de seguridad: es una crisis humanitaria que clama por justicia y memoria. Que los tres poderes —federal, estatal y municipal— rompan su silencio y desmantelen las redes de terror. Porque, más allá de cifras y discursos, aquí la vida vale cada segundo que se pierde en el miedo.
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