LANOTA.MX.– El mar rugía con su vaivén eterno en la bahía El Águila, al sur de Punta Arenas. La tarde parecía perfecta para remar. Dell Simancas y su hijo Adrián, venezolanos radicados en Chile, deslizaban sus kayaks sobre las aguas gélidas del estrecho de Magallanes, ignorantes de que estaban a segundos de una escena que parecía sacada de las páginas de Moby Dick.
Dell, cámara en mano, grababa el recorrido con el orgullo de un padre que atesora momentos. Adrián, de apenas 24 años, iba unos metros adelante, remando con la determinación de un joven que desafía la naturaleza sin miedo. Pero el mar es un terreno sin dueño, y en un parpadeo, un coloso emergió de sus profundidades.
LA BOCANADA DE LO IMPOSIBLE
El agua se abrió con un estruendo, como si la tierra misma exhalara. Una ballena jorobada de dimensiones titánicas rompió la superficie en un golpe seco, su boca abierta como una cueva oscura en el océano. En un parpadeo, la bestia devoró el kayak de Adrián, tragándose al joven en un movimiento tan rápido que parecía un truco de ilusionismo.
Dell gritó. No había rastro de su hijo. Solo burbujas y espuma en la superficie. El kayak, los remos… todo había desaparecido. El silencio se instaló en el aire salado. Había visto con sus propios ojos cómo el mar se tragaba su sangre.
Pero entonces, lo imposible sucedió.
EL HIJO QUE EL OCÉANO DEVOLVIÓ
Con un rugido sordo, la ballena expulsó al joven. El cuerpo de Adrián salió despedido como un muñeco de trapo, escupido por el monstruo marino que, quizás por capricho o instinto, decidió que aquel humano no formaba parte de su menú.
Dell no soltó la cámara. Entre la espuma y el oleaje, vio a su hijo reaparecer, con los ojos desorbitados y la respiración entrecortada. Como pudo, maniobró su kayak y remó hasta él.
—¡Papá, la ballena me tragó! —balbuceó Adrián, con el rostro pálido.
Dell lo abrazó con la fuerza de quien acaba de recuperar lo que creía perdido para siempre.
¿UN ATAQUE O UNA ADVERTENCIA?
Días después, en entrevistas con CHV Noticias y CNN, padre e hijo reconstruyeron el suceso con una mezcla de asombro y respeto. Dell cree que la ballena no quiso atacarlos, sino advertirles.
—No sé de ballenas, pero sí sé que son inteligentes. Nos protegió. Nos dijo que nos fuéramos de ahí, porque el clima se iba a poner peor. Y si no hacíamos caso, nos quitó los remos.
Adrián sobrevivió a lo impensable. Su cuerpo solo tenía rasguños leves, pero su mente llevaba la huella de algo que pocos pueden contar: haber estado dentro de la boca de un gigante y vivir para narrarlo.
Pero ni siquiera esta experiencia los ha detenido. El próximo año, padre e hijo volverán al estrecho de Magallanes. Porque el mar, con todo su peligro y su misterio, sigue llamándolos.