Tras la caída de “El Morral”, Sinaloa vive seis días de terror: 37 homicidios en una semana

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Golpes a generadores de violencia en Sinaloa.

LANOTA.-  El 20 de octubre amaneció con un rumor que en Sinaloa suele ser antesala del estruendo: hombres armados rondaban los caminos de terracería en Villa Juárez. A las pocas horas, el sonido de las ráfagas confirmó lo que todos temían. Luis Ezequiel Rubio Rodríguez, alias “El Morral”, cayó abatido durante un operativo conjunto de fuerzas federales.

Detrás de su nombre se escondía un rol clave dentro del entramado criminal del Cártel de Sinaloa: presunto operador de Los Chapitos, la facción comandada por los hijos de Joaquín “El Chapo” Guzmán. Su caída fue celebrada oficialmente como un golpe certero, pero en el mapa de la violencia sinaloense, cada arresto o ejecución de alto perfil suele encender otra mecha.

Horas después del enfrentamiento, se confirmaron las detenciones de varios de sus presuntos cómplices, nombres que ya figuraban en expedientes judiciales y que incluso habían sido liberados por un juez semanas atrás: José Manuel “N”, alias “Mono Canelo”; Javier Guillermo “N”, “El Vampi”; Kevin “N”, conocido como “Pan Crudo” o “Kevinsillo Ranas”; y otros más. El mensaje para el cártel era claro: el Gobierno había vuelto a tocar fibras sensibles.

CUANDO LAS BALAS SON RESPUESTA

La reacción del crimen organizado no tardó. De acuerdo con un informe conjunto de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana (SSPC), la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena), la Secretaría de Marina (Semar) y la Fiscalía General de la República (FGR), en sólo seis días se registraron 37 homicidios en Sinaloa.

El 21 de octubre fue el día más sangriento. Desde Navolato hasta Culiacán, Guasave y Mazatlán, se reportaron balaceras, ejecuciones y levantones. El miedo volvió a recorrer el estado como en los peores días del “Culiacanazo”.

En Villa Juárez, un hombre fue hallado sin vida entre los surcos de maíz, mientras que en una frutería de Navolato los impactos de bala destrozaron los cristales sin dejar víctimas, pero con un mensaje claro: la violencia no se detendría.

En Culiacán, el epicentro del poder criminal, una camioneta fue emboscada cerca de la Feria Ganadera. Dos hermanos murieron al instante; otros dos quedaron heridos. En los fraccionamientos Infonavit Cañadas y Prados del Sur, las fachadas amanecieron marcadas por las balas y los vecinos comenzaron a encerrarse antes del anochecer.

CUERPOS ENTRE LOS CULTIVOS Y SANGRE EN EL ASFALTO

El fuego se extendió como una sombra. En Guasave, apareció el cuerpo de un hombre secuestrado días antes, tirado entre Las Palmitas y El Varal. En Mazatlán, un comerciante fue ejecutado dentro de su tienda sobre la avenida Genaro Estrada, frente a decenas de testigos que corrieron para salvar la vida.

Pero fue la zona norte de Culiacán donde el horror alcanzó a los civiles. Cerca de una plaza comercial en el sector Espacios Barcelona, tres personas resultaron heridas por balas perdidas: dos mujeres y un niño de 12 años. Horas después, otro hombre fue asesinado con ocho disparos en la misma zona.

En los barrios, el ambiente era de silencio. Las escuelas suspendieron actividades, los comercios cerraron temprano y las calles se vaciaron. En redes sociales, vecinos reportaban convoyes armados, retenes improvisados y persecuciones en plena luz del día.https://lanota.mx/preparate-se-viene-un-caos-vial-en-cdmx-por-megamarcha-de-transportistas/

OPERATIVOS QUE NO APAGAN EL FUEGO

El Ejército Mexicano y la Policía Estatal desplegaron patrullajes en los puntos más críticos. En sectores como Prados del Sur o Gabriel Leyva, las imágenes mostraban vehículos blindados, casquillos regados y autos abandonados con sangre en su interior. Frente a una clínica privada, apareció un coche robado con rastros de cartuchos y manchas rojizas: una escena que se repite en cada episodio de violencia sinaloense.

Las autoridades intentaron mantener el control, pero el efecto parecía contrario. Cada operativo traía nuevos ataques, como si el territorio se defendiera a sí mismo.

ENTRE EL ESTADO Y EL CÁRTEL: LA GENTE

En medio de las cifras y los comunicados, la población civil volvió a ser la más afectada. Familias desplazadas, comerciantes cerrando negocios, transportistas suspendiendo rutas nocturnas, y niños creciendo con el eco de los tiroteos como banda sonora.

Sinaloa, cuna del narcotráfico moderno, carga una herencia difícil de romper. Cada intento de las autoridades por desmantelar una célula termina detonando otra cadena de violencia. El poder del narco no se disuelve: se fragmenta y se multiplica.

UN ESTADO QUE NO TERMINA DE DESPERTAR

El gobernador Rubén Rocha Moya pidió calma y prometió reforzar la seguridad, pero en la calle el mensaje fue otro: el miedo sigue mandando. La población lo sabe; los números lo confirman.

De los 37 homicidios registrados esa semana, más de la mitad ocurrieron en la zona centro del estado, y aunque las autoridades hablan de “avances” y “coordinación interinstitucional”, la percepción en los barrios es distinta. “Aquí la guerra no se detiene —dice un vecino de Culiacán—, sólo cambia de día y de nombre.”

EL MORRAL Y LA HERENCIA DE LOS CHAPITOS

La figura de El Morral no era la de un capo visible, sino la de un operador territorial: enlace, reclutador, vigilante y administrador de rutas. Su muerte, aseguran fuentes locales, afectó directamente el negocio de trasiego en el corredor Navolato–Culiacán, pero también provocó fracturas dentro del propio cártel.

Los Chapitos, hijos del legendario “Chapo” Guzmán, han mantenido un control férreo sobre la región, disputando a las fuerzas federales cada intento de incursión. La ejecución de El Morral fue un mensaje de fuerza, pero también un recordatorio de que la violencia es una ecuación sin fin: cuando un operador cae, otros tres surgen dispuestos a reemplazarlo.

UNA GUERRA SILENCIOSA QUE NO CEDE

El recuento final de la semana deja una sensación amarga: ninguna victoria parece completa. Los muertos se acumulan, las detenciones se anuncian, los comunicados se repiten… y Sinaloa continúa siendo escenario del mismo conflicto que lleva décadas moldeando su destino.

El 20 de octubre marcó el fin de El Morral, pero también el inicio de otra ronda de fuego.
Y, como suele ocurrir en este territorio, las balas hablan más alto que las palabras.

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