¡Campo de entrenamiento y exterminio! El macabro hallazgo en Teuchitlán que sacude Jalisco

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Las evidencias de desaparición y exterminio.

LANOTA.MX.  El aire en el Rancho Izaguirre, en el municipio de Teuchitlán, Jalisco, estaba impregnado de ceniza. Un rastro de humo parecía seguir flotando entre las ruinas calcinadas del terreno. A simple vista, el lugar lucía como un paraje abandonado, pero cada metro cuadrado guardaba el eco de un horror difícil de imaginar.

Los primeros en entrar fueron integrantes del grupo Guerreros Buscadores de Jalisco. Saben lo que es encontrar huesos desmoronándose entre la tierra. Saben lo que es caminar entre el olor a muerte. Pero lo que hallaron en este rancho en La Estanzuela, Jalisco, los dejó sin palabras.

Cientos de zapatos apilados en un rincón, restos de ropa quemada, documentos a medio consumir por las llamas. Sobre una mesa improvisada, una libreta con nombres y apodos escritos con tinta deslavada por la humedad. Y entre todo, una carta de despedida.

“Mi amor, si algún día ya no regreso, solo te pido que recuerdes lo mucho que te amo y digas ‘se me fue mi enojón, berrinchón y celoso’.”

La carta, escrita a mano en un cuaderno desgastado, llevaba la firma de Eduardo Lerma Nito, desaparecido en febrero de 2024. Sus palabras, ahora parte de las cenizas del rancho, fueron lo único que quedó de él en este sitio de exterminio.

UNA MÁQUINA DE DESAPARICIÓN Y MUERTE

El rancho no era solo un escondite del Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG), sino una máquina de desaparición. Aquí, los cuerpos no eran enterrados: eran incinerados hasta reducirse a ceniza. El fuego lo consumía todo, borrando rastros, nombres, identidades.

Cuando los colectivos ingresaron, la escena era devastadora. Entre los escombros encontraron señales de que el sitio había operado durante meses, tal vez años. “Es un crematorio clandestino”, dijo una buscadora, con la voz quebrada por el impacto del hallazgo.

Los zapatos se amontonaban como en un almacén olvidado. “Había de todo: botas, sandalias, tenis… hasta tacones”, describió una de las integrantes del colectivo Guerreros Buscadores de Jalisco. “Es imposible no pensar en las personas que los usaron.”

Restos de ropa todavía humeaban en algunos rincones. El calor de las quemas más recientes aún podía sentirse en la tierra. “Aquí quemaban a la gente en pilas. No cavaban fosas. Solo encendían fuego”, explicó otro buscador.

LOS NOMBRES QUE EL FUEGO BORRÓ

En una mesa oxidada, entre montones de ceniza, los buscadores hallaron una libreta con nombres y apodos. No eran nombres completos, sino listas de motes y números. “Flaco 27”, “Chaparro 5”, “Jarocho 12”. Eran las referencias con las que los criminales identificaban a sus víctimas antes de deshacerse de ellas.

“Es como si antes de matarlos, también les quitaran el nombre”, lamentó uno de los buscadores.

En los últimos años, los métodos de desaparición han evolucionado. Primero, las fosas clandestinas; luego, los hornos; ahora, las piras a cielo abierto. El CJNG perfeccionó la forma de hacer desaparecer cuerpos, y las autoridades, como en tantos casos, parecieron mirar hacia otro lado.

UN SECRETO A VOCES

Este no era un sitio desconocido. La Fiscalía de Jalisco ya había realizado un cateo en septiembre de 2024. En aquel momento, las autoridades reportaron el hallazgo de evidencia criminal, pero no hubo detenidos. Meses después, los colectivos encontraron el rancho operando con la misma brutalidad.

“¿Cómo es posible que nadie haya hecho nada?”, reclamó una madre buscadora. “Si nosotros lo encontramos, ¿por qué ellos no?”

La impunidad ha permitido que lugares como este sigan funcionando en el país. El hallazgo recuerda a otros sitios del horror en México, como el crematorio abandonado en Acapulco en 2015, donde se hallaron restos humanos incinerados, o las fosas de San Fernando y Cadereyta, donde cientos de cuerpos fueron enterrados sin que nadie los reclamara.

UNA HERIDA ABIERTA

Para los familiares de desaparecidos en Jalisco, el hallazgo del Rancho Izaguirre no es un cierre. Es un golpe más en una herida que nunca cicatriza. Saben que este sitio es solo uno de muchos.

“Aquí el fuego lo consumió todo, excepto nuestro dolor”, dijo una madre, con la libreta de nombres en las manos.

Los colectivos recogieron los zapatos, la ropa, los documentos. Buscan pistas, algo que les ayude a identificar a los desaparecidos. Pero en muchos casos, solo queda el polvo.

Y en el aire, una pregunta imposible de ignorar: ¿cuántos más murieron aquí sin que nadie lo supiera?

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