LANOTA.– Ana Daniela Barragán salió aquella mañana del 10 de septiembre con la rutina de siempre. Tenía 19 años y los sueños intactos: estudiaba Ingeniería en Alimentos en la FES Cuautitlán de la UNAM, una carrera que la ilusionaba porque quería construir un futuro mejor para su familia. Tomó un taxi o quizá un Uber, como lo hacía a menudo, rumbo a la escuela. El trayecto era largo —casi dos horas desde su casa hasta el plantel universitario—, pero ella lo recorría con disciplina, como parte del precio de perseguir sus metas.
Esa mañana, sin embargo, el destino la esperaba en el Puente de la Concordia, en Iztapalapa, donde la explosión de una pipa de gas LP convirtió su camino en un infierno.

LA BÚSQUEDA DE UNA FAMILIA DESESPERADA
Mientras las llamas se expandían y el caos se apoderaba de la calzada Ignacio Zaragoza, en casa comenzaron las llamadas sin respuesta. El padre de Ana Daniela marcó a su celular. Contestó, no su hija, sino un rescatista de Protección Civil. Fue ese instante cuando la familia comprendió que Daniela estaba en medio del desastre.
Su madre, Cecilia Ramírez, y su novio, Bryan Ramos, comenzaron entonces una carrera contra el tiempo. Recorrieron hospitales, preguntaron en pasillos, suplicaron en ventanillas: el Rubén Leñero, el Emiliano Zapata, el ISSSTE Zaragoza y el Belisario Domínguez. Nadie daba una respuesta clara.
En redes sociales circulaba la imagen de una joven con quemaduras graves, envuelta en una sábana, siendo trasladada de emergencia. Esa joven era Ana Daniela.
ENTRE OBJETOS CARBONIZADOS, UN RASTRO
Los rescatistas encontraron entre los restos del accidente un celular aún encendido, una credencial de la UNAM y una cartera. Eran piezas de la vida cotidiana de Daniela, ahora marcadas por el fuego.
El agente de Protección Civil que las halló, Francisco Bucio, las resguardó con cuidado, como quien entiende el peso de esas pertenencias para una familia que lo ha perdido todo.
Pero la confusión reinaba: versiones encontradas señalaban que Daniela había sido trasladada en una patrulla al Hospital Emiliano Zapata. Al llegar ahí, les dijeron: “Nunca llegó”.
LA CONFIRMACIÓN DEL ADIÓS
Horas después, la esperanza se quebró. Desde el Hospital Rubén Leñero, su madre confirmó lo que nadie quería escuchar: Ana Daniela había muerto. La FES Cuautitlán lo hizo oficial.
La explosión en el Puente de la Concordia dejó ocho muertos y 94 heridos, pero para quienes conocieron a Daniela, la estadística se queda corta. Era la hija, la novia, la amiga, la estudiante de mirada clara que soñaba con graduarse.
EL ECO DE UNA TRAGEDIA
El caso de Ana Daniela resume lo más cruel de una tragedia colectiva: la rutina interrumpida por el azar, la vulnerabilidad de quienes transitan por una ciudad que a veces no ofrece seguridades mínimas.
Ella no estaba en un sitio equivocado, solo iba camino a la escuela.
Ahora, su nombre forma parte de la lista de víctimas, pero también se ha convertido en un símbolo de la fragilidad de la vida y de la necesidad de exigir justicia, memoria y prevención.
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