Francisco recibe un adiós histórico: más de 200 mil personas colman la Plaza de San Pedro

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Multitudinaria despedida para el papa Francisco en el Vaticano.

LANOTA.No ha pasado ni una semana desde que, con las últimas fuerzas que le quedaban, el papa Francisco ofició su última misa de Pascua y se acercó a saludar a los fieles en la Plaza de San Pedro. 

Su imagen, frágil pero luminosa, quedó suspendida en la memoria colectiva como un testamento de amor y entrega. Hoy, el mundo lo despidió en un adiós cargado de emoción y gratitud, bajo el cielo romano, donde más de 200 mil almas —creyentes y no creyentes— velaron su partida.

Fue en las calles, el lugar donde Francisco quiso siempre a su Iglesia, donde comenzaron los homenajes espontáneos. Centenares de peregrinos pasaron la noche en vela; algunos despiertos desde las 3:30 de la madrugada, aguardando, rezando, recordando al pontífice que rompió esquemas y construyó puentes.

UNA IGLESIA EN LAS CALLES

La ceremonia fúnebre, sobria y conmovedora, fue presidida por el cardenal Giovanni Battista Re, quien recordó a Francisco como el pastor que soñó una “Iglesia hospital de campaña”, siempre dispuesta a vendar heridas, a abrazar a los marginados y a derribar los muros de la indiferencia. 

A la cultura del descarte, Francisco opuso una firme “cultura de la fraternidad”, convencido de que, como repetía incansablemente, “nadie se salva solo”.

Las lágrimas brotaban silenciosas entre la multitud mientras se entonaban plegarias. Sobre el féretro sencillo, colocado a la vista de todos, descansaban los sellos de la Santa Sede y el peso inmenso de una vida entregada a los demás. 

“No se olviden de rezar por mí”, había pedido tantas veces. Hoy, fueron millones quienes, en un mismo susurro, le pidieron ahora a él que rece por nosotros.

Más allá de las formalidades y los gestos protocolarios —con líderes de más de 160 países, desde Donald Trump hasta Volodímir Zelenski, desde los reyes de España hasta el presidente de su natal Argentina—, el verdadero homenaje fue el de los rostros anónimos: migrantes, enfermos, pobres, refugiados, quienes a lo largo de su pontificado sintieron que, por fin, alguien los miraba con dignidad.

EL ÚLTIMO CAMINO DE FRANCISCO

El cortejo fúnebre llevó el féretro de Francisco por el corazón de Roma en un papamóvil abierto, para que la ciudad, su ciudad de adopción, pudiera decirle adiós. 

El destino final fue la basílica de Santa María la Mayor, un lugar al que Francisco acudía en silencio antes y después de cada viaje apostólico, para encomendarse y dar gracias.

Allí, bajo una losa de mármol de Liguria, la tierra de sus ancestros italianos, reposa ya el pontífice que vino del “fin del mundo” para recordarnos que el Evangelio sigue latiendo en las calles. Y que la ternura, esa que predicó más con gestos que con palabras, es aún capaz de mover al mundo.

Hoy, la Iglesia —y el mundo— queda un poco más huérfano. Pero también, quizás, un poco más humano.

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