La red invisible de “El Tío”: cocaína, poder y corrupción en 30 años de impunidad

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Raúl Flores El Tío.

LANOTA.-  Nadie sospechaba que el hombre canoso de modales tranquilos y acento tapatío era uno de los operadores financieros más discretos y letales del narcotráfico en América Latina. Mucho antes de su arresto en 2017, Flores Hernández había perfeccionado el arte de pasar desapercibido, mientras construía un imperio de cocaína que cruzaba fronteras por aire, mar y tierra.

EL INICIO: FAYUCA Y CONTACTOS COLOMBIANOS

En los años ochenta, mientras otros soñaban con escapar a Estados Unidos, “El Tío” hacía el viaje en sentido contrario. Su especialidad: fayuca. Ropa, electrónicos y relojes eran traídos sin declarar desde el otro lado de la frontera. Pero lo que parecía contrabando menor llamó la atención de los grandes. Un capo colombiano, asombrado por la eficiencia logística del negocio, lo conectó con Joaquín “El Chapo” Guzmán.

La metamorfosis fue inmediata. Dejó la fayuca y comenzó a transportar cocaína. En pocos años, ya negociaba directamente con los hermanos Beltrán Leyva y manejaba su propia red, aprovechando túneles y sobornos para burlar al sistema.

UN ALIADO DE TODOS, ENEMIGO DE NINGUNO

“El Tío” era distinto. No usaba corridos, ni convoyes armados. Prefería la negociación, el sigilo. Su talento no era el terror, sino la logística y el lavado. Mantuvo alianzas simultáneas con el Cártel de Sinaloa y con su enemigo jurado: el CJNG.

Su poder se extendió en silencio desde Guadalajara hasta Bogotá, pasando por Lima y La Paz. En México, su fachada incluía gasolineras, bares, desarrollos inmobiliarios e incluso un club de fútbol: Guerreros de Autlán. Un equipo modesto con una directiva que lavaba millones.

La red de lavado de El Tío.

EL GOLPE MAESTRO: USAR FUTBOLISTAS PARA LAVAR DINERO

Flores Hernández introdujo una práctica insólita: el uso de fichajes de jugadores como método de lavado. También operaba trenes, barcos y aviones. En el AICM tenía a un hombre clave que, con 50 mil dólares, mantenía la complicidad de autoridades aeroportuarias.

El engranaje criminal se sostuvo por décadas. Mientras los reflectores apuntaban a los capos visibles, “El Tío” se movía como un operador gris, negociando rutas, comprando voluntades. Su nombre casi no figuraba en las noticias, pero aparecía en más de 30 empresas sancionadas por el Departamento del Tesoro estadounidense.

LA CAPTURA DEL EMPRESARIO INTOCABLE

Fue detenido el 20 de julio de 2017, en un discreto operativo en Zapopan. Lo extraditaron en 2021. Tres años más tarde, el Departamento de Justicia lo sentenció: 21 años y 10 meses de prisión. Un castigo tardío para un hombre que operó impune durante tres décadas.

La fiscal Tara McGrath lo resumió: “Quizás sea imposible cuantificar la destrucción causada por este acusado”. Y tenía razón. La historia de Raúl Flores Hernández no es solo la de un narcotraficante. Es la del rostro invisible del crimen organizado. El empresario que nadie sospechaba. El operador que lo sabía todo. El hombre al que todos llamaban “Tío”… sin saber que era el patriarca del silencio.

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