El Hummer, la mente criminal de Los Zetas.
LANOTA.- La sentencia llegó con precisión quirúrgica: 35 años de prisión y el decomiso de 792 millones de dólares. La corte federal del Distrito de Columbia dictó el castigo. Pero no se trataba de un capo cualquiera. Era Jaime González Durán, alias “El Hummer”, una de las piezas fundadoras del grupo criminal más temido y violento de las últimas décadas: Los Zetas.
Para Estados Unidos, su caso fue elevado al estatus de símbolo. La Operación “Recuperemos América”, impulsada por el Departamento de Justicia, lo señala como un hito en su cruzada contra las organizaciones criminales transnacionales que, aseguran, han invadido su territorio como una fuerza clandestina armada.
Pero más allá de los números, más allá de los titulares, está la historia del hombre. Y lo que representa.
LA INFANCIA ROTA DE UN SOLDADO PERFECTO
Aquismón, San Luis Potosí. 1971. Un pueblo incrustado en la pobreza de la Huasteca. Ahí nació el niño que más tarde se convertiría en símbolo de una guerra sin final. Su madre murió cuando él tenía apenas siete años. Su padre, en una carta desesperada dirigida al juez Trevor McFadden, escribió: “caminaba kilómetros sin zapatos ni comida para ir a la escuela”.
Ese niño, endurecido por la necesidad, se enlistó en el Ejército Mexicano en 1991. Tenía 20 años. Destacó por su disciplina. Su mirada se afiló, su cuerpo se templó. Fue elegido para el Grupo Aeromóvil de Fuerzas Especiales (GAFE), una unidad diseñada para combatir al narcotráfico… sin saber que un día se convertiría en parte de él.
EL NACIMIENTO DE “LA COMPAÑÍA”
En 1999, desertó. Se unió a un grupo de exmilitares reclutados por Osiel Cárdenas Guillén, líder del Cártel del Golfo. Así nació Los Zetas, un brazo armado creado para matar, extorsionar y dominar. La élite de la violencia entrenada por el Estado, ahora al servicio del crimen.
Su apodo, “El Hummer”, retumbaba en radios criminales y comunicaciones interceptadas. Fue jefe de plaza en Reynosa y Miguel Alemán, custodio de una de las rutas de tráfico más lucrativas hacia Estados Unidos. En apenas dos años, coordinó el envío de más de 792 millones de dólares en droga.
De acuerdo con el Departamento de Justicia, su liderazgo se impuso con tortura, secuestro y miedo absoluto. Estaba justo debajo de El Z1 (Arturo Guzmán Decena) y El Z3 (Heriberto Lazcano), los arquitectos de un imperio construido con fuego y muerte.
CAÍDA Y CONDENA DE UN FANTASMA
Noviembre de 2008. La Policía Federal lo captura en Reynosa. Tenía 150 mil dólares en efectivo y un arma de uso exclusivo del Ejército. Era uno de los hombres más buscados de México. Fue procesado por delincuencia organizada y secuestro, con penas acumuladas superiores a 30 años.
Años después, sería extraditado. Pero su nombre seguía resonando como un eco de la transformación del narco mexicano, de su profesionalización y brutalidad. En Estados Unidos, lo procesaron con meticulosa precisión: lavado de dinero, tráfico de estupefacientes, conspiración.
Y finalmente, el 20 de junio de 2025, cayó la última losa judicial. Treinta y cinco años de encierro. Una fortuna incautada. Un imperio colapsado.
¿EL FIN DEL LEGADO?
Hoy, según informes carcelarios, “El Hummer” se dedica a hacer artesanías. Casi una ironía del destino. Uno de los hombres que desató una era de masacres, disoluciones en ácido y control militarizado de territorios, ahora pasa sus días tallando madera.
Pero su historia no ha terminado. Su figura sigue siendo clave para entender cómo el Estado mexicano entrenó sin saberlo a los verdugos del siglo XXI. Su paso por el Ejército, su entrada al narco, su ascenso, su captura… es el retrato más oscuro de un país que aún no logra despertar del sueño violento que engendró.
Porque la sombra de “El Hummer” sigue ahí. Silenciosa, invisible. Como los fantasmas que nunca se fueron.
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