LANOTA.- En una finca del horror escondida entre los campos de Teuchitlán, Jalisco, la Guardia Nacional irrumpió en septiembre pasado tras un llamado por detonaciones. Lo que encontraron en el Rancho Izaguirre no fue solo una escena de crimen: fue la puerta abierta a una operación criminal sofisticada, brutal y silenciosa.
Aquel día, los balazos recibieron a los elementos federales. Cuando la calma regresó, había un muerto, dos personas privadas de su libertad y diez hombres arrestados. Diez nombres que, aunque suenan comunes —Lennin, David, Gustavo, Christopher, Juan, Óscar, Erick, Luis, Ricardo y Armando—, quedaron marcados como parte de un engranaje mayor, responsables de desaparición forzada, desaparición agravada y homicidio calificado.
Este 8 de julio, la Fiscalía de Jalisco anunció su sentencia: 141 años y tres meses de prisión para cada uno. La cifra, imponente, es también un reconocimiento de la magnitud del daño cometido. Se les ordenó, además, pagar 1.3 millones de pesos por reparación del daño. Pero ¿cuánto vale una vida que ya no está? ¿Cuánto consuela una cifra frente al vacío que deja una desaparición?
LA SOMBRA DEL CÁRTEL Y EL CAMPO DE ENTRENAMIENTO
Tras las detenciones, el rancho quedó bajo resguardo. Pero no fue sino hasta marzo de 2025 que el colectivo Guerreros Buscadores de Jalisco, jugándose la vida como cada vez que excavan la tierra, ingresó al sitio. Ahí encontraron prendas, restos de vida que no debía estar ahí. No eran evidencias, eran gritos.
Las omisiones oficiales salieron a la luz. La Fiscalía General de la República tuvo que intervenir. Y lo que descubrieron fue escalofriante: el Rancho Izaguirre había sido habilitado por el Cártel Jalisco Nueva Generación como campo de reclutamiento, entrenamiento y operaciones. Una escuela del crimen en plena zona rural jalisciense.
Aunque las autoridades negaron que en el sitio hubiera crematorios clandestinos, los primeros reportes de la Fiscalía estatal hablaron de una “modalidad inédita” usada por el grupo criminal. Una pista más de que el infierno muta y se esconde en nuevas formas.
LOS NOMBRES QUE FALTAN
No hay justicia completa cuando solo conocemos a los perpetradores. De las víctimas, apenas se sabe: una muerta, dos liberadas. Ni sus nombres, ni su historia. Como si la sentencia bastara para cerrar el expediente, mientras las familias siguen buscando a quienes no han regresado.
El Estado cumple, sí. Pero lo hace tarde, y a veces empujado por quienes no portan armas, sino palas y rabia.
Hoy celebran una de las penas más altas impuestas en Jalisco. Pero la verdadera condena está en la memoria de las madres que buscan, de las comunidades que callan por miedo, y de los campos que se vuelven trincheras invisibles.
Porque 141 años no devuelven a nadie. Solo registran que el horror pasó por ahí. Y que, tal vez, vuelva.
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