LANOTA.MX. Era 2008 y el norte de México ardía en una guerra que enfrentaba a viejos aliados. El Cártel de Sinaloa y los Beltrán Leyva, socios de antaño, se miraban ahora como enemigos irreconciliables. El motivo: una traición imperdonable.
Los hermanos Beltrán Leyva acusaban a Joaquín Guzmán Loera, “El Chapo”, de haberlos delatado. La captura de Alfredo Beltrán Leyva, “El Mochomo”, en enero de aquel año en Culiacán, había marcado el quiebre definitivo. No habría negociaciones ni tregua. La venganza estaba en marcha.

EL ESTALLIDO EN TRES RÍOS
El 8 de mayo, en la zona del Desarrollo Urbano Tres Ríos, una de las más exclusivas de Culiacán, la sangre marcó el pavimento. La noche apenas caía cuando cinco camionetas irrumpieron en el estacionamiento del City Club. De ellas descendieron al menos veinte sicarios con chalecos antibala y armas largas.
En el lugar, Edgar Guzmán López, hijo de El Chapo, conversaba con su primo César Ariel Loera Guzmán y Arturo Meza Cázares, hijo de Blanca Margarita Cázares Salazar, alias “La Emperatriz”. No tuvieron tiempo de reaccionar. Un estruendo estremeció el aire: el impacto de un bazucazo contra el muro del centro comercial anunciaba la ejecución.
La ráfaga fue implacable. Las balas llovieron sobre los tres jóvenes, quienes cayeron sin vida antes de comprender lo que sucedía. En cuestión de segundos, todo había terminado. La única testigo cercana al momento, Frida Muñoz Román, pareja de Edgar, había salido a comprar cuando los disparos la alejaron del infierno.
UNA DESPEDIDA MARCADA POR LAS ROSAS
La noticia se esparció como pólvora. Joaquín Guzmán Loera lloró la muerte de su hijo, pero no dejó que el luto se quedara en la sombra. Ordenó comprar todas las rosas rojas de Culiacán. 50 mil flores, destinadas originalmente para el Día de las Madres, fueron usadas para despedir a Edgar.
El hecho quedó inmortalizado en un corrido interpretado por Lupillo Rivera, titulado “50 mil rosas”:
El montonal de las rosas a ninguna madre enviaron,
todas fueron para un gran hombre que siempre lo respetaron.
EL MONUMENTO VIGILADO
Al día siguiente, en el lugar donde Edgar Guzmán cayó abatido, se levantó un cenotafio de cantera y hierro. En su costado derecho, las iniciales de los tres jóvenes se grabaron junto a la inscripción: “Siempre los amaremos”.
Las historias sobre este lugar comenzaron a crecer con los años. Algunos aseguraban que cada día amanecía con flores frescas. Otros decían que ojos invisibles siempre vigilaban.

A más de una década del asesinato, un auto con dos jóvenes se mantiene a distancia del cenotafio. Cuando alguien se acerca, asoman la cabeza. No hay palabras, solo miradas. La muerte de Edgar aún resuena en las sombras de Culiacán.
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